Publicado el agosto 21st, 2015 | por InOutRadio
0Déjate LLevar (al huerto): 'Huertos urbanos'
Adela le dijo que le gustaba y sintió que sus mejillas enrojecían como tomates. Luego la invitó a su casa con la excusa de prepararle una deliciosa ensalada con hortalizas de su pequeño huerto urbano. No deseaba incomodarla corriendo demasiado, pero aquella chica le gustaba de verdad, la quería para ella, al menos esa noche. La aterrorizaba la idea de que pudiera darle calabazas. La chica aceptó, aunque con poco interés, como si aquella relación que podría estar naciendo le importara un rábano. Mientras subían el último tramo de escaleras, no pudo evitar fijarse en su culito de pera. Le encantaba, aunque no cuadrara para nada con el delicado aroma de manzana que desprendía la chica. Pensó que hacían buena pareja y se imaginó viviendo con ella el resto de su vida, siempre juntas, inseparables, como dos cerezas.
Le duró poco la ilusión, y eso que durante la cena estuvieron las dos a partir un piñón. La cosa empezó a torcerse a la hora del postre, cuando la chica le dijo que aquella sandía estaba de muerte y que, por el tamaño de la rodaja, se imaginaba que la pieza entera sería, por lo menos, tan grande como su cabeza. Adela no quiso sentirse ofendida y siguió hablando como si nada. Incluso lió un porro con maría de cosecha propia y lo compartió con ella durante el café. Pero nada, ni una pizca de interés sexual por su parte, más bien al contrario. No se sabe si por efecto de la hierba o de la cafeína, a la chica se le soltó la lengua y le contó que todas sus ex, que eran muchas, tenían algo en común: unos melones descomunales. Y Adela se sintió peor aún, porque ella tenía un par de mandarinas.
Como era de esperar, a la chica le entró mucha prisa justo después del café. Dio las gracias a Adela por la cena, recogió sus cosas y se fue. Y Adela se quedó preguntándose qué había salido mal mientras recogía la mesa y la cocina. Quería llorar, pero las lágrimas no saltaban. Necesitaba cebollas. Y así, mientras pelaba y lloraba, se dijo que no era justo, porque ni siquiera le había dado una oportunidad.
—Esa chica no aprecia la comida sana y de calidad —se lamentó entre sollozos y en voz alta, y luego añadió con despecho— ¡que le den morcilla!
http://www.telefonica.net/web2/picarona/hortespanol.pdf