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Desconocidas & Fascinantes

Publicado el agosto 26th, 2019 | por InOutRadio

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Desconocidas & Fascinantes: Sarah Bernhardt, la divina leyenda por Paz Montalbán

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Fue la mujer más célebre de su época, la primera superestrella internacional en pleno s XIX.. Acabó siendo popular no solo en su país natal, Francia, sino también en los cinco continentes. Y hasta la realeza europea le rendía homenaje embelesada por su halo hechizador.

El escritor norteamericano Mark Twain dijo de ella: “Hay cinco clases de actrices: actrices malas, actrices regulares, actrices buenas, grandes actrices y... Sarah Bernhardt”. Fue fuente de inspiración para el escritor francés Marcel Proust. En cambio, el escritor irlandés Bernard Shaw afirmó: “Sarah Bernhardt hace aflorar todas nuestras debilidades y jugar con ellas adulándonos, atormentándonos, emocionándonos... en resumen: engañándonos”. Por eso la llamaron también “La Escandalosa”. Tuvo detractores acérrimos, como el entonces joven estudiante de medicina ruso Antón Chéjov.

Sarah Bernhardt era una mujer que encandilaba por igual al público femenino y masculino y lo conducía, con su arte dramático, a los misterios de la sensualidad y de la ilusión poética. El psiquiatra austríaco Sigmund Freud, ferviente admirador suyo aunque no la trató como paciente, remarcó de ella: “Sarah Bernhardt es un ser singular. Me imagino que en la vida no debe de ser distinta que en el escenario.

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Cautivó a muchos hombres y en especial a una mujer, que sucumbieron a sus encantos ancestrales y a su menosprecio a las convenciones sociales. Su arte y su vida tenían un profundo poder sugestivo y fascinante, semejante al de mujeres tan deliciosas como las divas Greta Garbo o María Callas. No obstante, su actriz de culto fue Rachel (1821-1858), que junto a ella misma, ha sido considerada una de las dos grandes trágicas del París decimonónico.

La enigmática Sarah, nació el 22 o 23 de octubre de 1844 en París, se desconoce con exactitud la fecha, ya que la partida de nacimiento desapareció durante la Comuna de cuando el fuego destruyó el ayuntamiento. Era hija de Judith-Julie Bernard una joven judía holandesa que llegó a la capital francesa huyendo de su ciudad natal: Amsterdam. Su padre se desconoce, ya que la actriz nunca quiso revelar su identidad, bien por delicadeza, bien por vergüenza o resentimiento, bien porque lo desconocía. Siempre se especuló sobre su origen, que fue alimentado por las fantasías de los periodistas.

La relación con su madre fue muy difícil, tal y como se desprende del rencor que ensombrece sus memorias. Youle Bernard — nombre con el que quería que la llamaran — era egoísta y neurasténica, debido a la incertidumbre que le provocaba su profesión: era cortesana y su obsesión siempre fue conseguir una buena posición social. La pequeña Sarah pasó su infancia con una niñera campesina en la región de la Bretaña, que apenas le daba cariño. Así pues, sus recuerdos de niñez estuvieron llenos de dramatismo. Recuerdos que, sin duda, forjaron su magnetismo.

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Su genialidad se basaba en su compleja personalidad, su acentuada promiscuidad, sus torrenciales pasiones, sus profundos sufrimientos, su belleza inigualable, su encanto personal y su ambición ilimitada. Ingredientes muy selectos, que formaban una combinación explosiva, tal y como podemos comprobar en los espléndidos retratos de la época del fotógrafo francés Nadar.

La vida amorosa de la polifacética actriz fue muy variada, tuvo innumerables y insignes amantes: un príncipe belga, fruto del cual nació su único hijo Maurice Bernhardt; un joven oficial de caballería griego, Aristidis Damala, con el que se casó en Londres en 1882, y al que intentó convertir en actor. El matrimonio sufrió muchos altibajos y finalmente fracasó a causa de la adicción de Aristidis a la morfina.

Fue amiga y amante de grandes personalidades de la época como el artista francés Gustave Doré, el artista checo Alphonse Mucha, el escritor francés Victor Hugo, el escritor inglés Oscar Wilde o la pintora francesa Louise Abbéma retratista oficial de Sarah y la mujer con la que compartiría la mayor parte de su vida.

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Louise y Sarah se conocieron gracias al prestigio que sembró la pintora en las numerosas exposiciones que realizó en los salones artísticos parisinos, según parece se encontraron, por primera vez, en el año 1875 porque la actriz quería hacerse un retrato. Desde entonces no se separaron hasta 1923 . Según el poeta simbolista y dandy francés Robert Montesquiou a la pintora los hombres le resultaban indiferentes y así lo reflejó con sarcasmo en su poema “Abîme”. Parece ser que Louise hacía gala de su lesbianismo; con su modo de vestir y su pelo a lo garçon, tenía una imagen de triunfante masculinidad. Se conservan numerosos retratos de la actriz realizados por ella, así como un medallón de bronce con el busto de Sarah. Fue su fiel acompañante en las distintas tournées que hizo alrededor del mundo y estuvo a su lado hasta el día de su muerte.

“La voz de oro” — otro de los apodos que cosechó — murió en su ciudad natal el 26 de marzo de 1923, en los brazos de su hijo Maurice. El cortejo fúnebre fue multitudinario, se dice que despidieron a la divina Sarah entre seiscientas mil y un millón de personas. Existen fotos del acontecimiento con impresionantes imágenes de la capital francesa.

Sus restos mortales yacen en el célebre cementerio parisino de Père Lachaise. Un lugar con encanto, como nuestra protagonista, y que alberga también las tumbas de otras Desconocidas y Fascinantes como Isadora Duncan, Gertrude Stein o Alice B. Toklas, por ejemplo, o la mismísima Rachel.

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Sarah Bernhardt se ganó a pulso el apelativo de “la Divina”, por ese magnetismo y por esa energía que la han convertido en una leyenda de la historia de la interpretación en todo el mundo. Su amigo Alphonse Mucha plasmó en espléndidos carteles modernistas los espectáculos teatrales en los que participó. La diva fue siempre fuente de inspiración, un monstruo sagrado para el teatro francés y un elixir para la humanidad entera.

Para saber más:

- “Mi doble vida”, Memorias de Sarah Bernhardt, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1979. Existe una edición en francés.

- “La divina Sarah”, Arthur Gold y Robert Fizdale, ed. Paidós 1993.

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