Déjate llevar (al huerto) – Cochinas
Cochina
—Aláncame la lopa, Losa!
A Rosa le cuesta lo suyo, pero al cabo de unos segundos, cuando su cerebro consigue procesar la información recibida, por fin comprende lo que Xiaomei intenta decirle entre suspiros y se pone manos a la obra, o quizá debería decir “manos a la china”. Es la primera vez que Rosa se relaciona íntimamente con una mujer oriental; no le resulta nada fácil, pero lo encuentra tan excitante que cualquier barrera idiomática o cultural le parece anecdótica, un pequeño peaje que debe pagar para conseguir el premio: sentir entre sus brazos el calor que emana el cuerpecito de Xiaomei, que no es poco. Algunas amigas le habían hablado de la fogosidad de las mujeres chinas, y ahora Rosa está a punto de comprobarla por sí misma. Se siente tan ansiosa y excitada que no atina con los botones de la blusa de Xiaomei, así que decide arrancársela de cuajo en un ataque de lujuria, y parece que a Xiaomei le va el rollo arrebato, porque pide más.
—Oh, sí… ¿Vas a lompelme las blagas también? —susurra Xiaomei al oído de Rosa.
—Claro que sí, chinita loca —contesta Rosa con voz entrecortada por la excitación. A Rosa le faltan manos para cumplir los deseos de Xiaomei, que no se corta a la hora de expresar sus fantasías y sus preferencias. Le gusta Xiaomei, jamás habría imaginado que tras ese rostro angelical de mirada rasgada se escondía una fiera indomable y exigente que no para de dar órdenes. “Arráncame esto”, “rómpeme aquello”… Y Rosa obedece sin rechistar hasta quedar ambas desnudas sobre la cama. Rosa está encima, y Xiaomei se retuerce como una anguila entre sus brazos mientras sigue ordenando.
—Acalíciame el potolo, caliño…
—¿El potolo? ¿Qué coño es eso? —se pregunta Rosa con un pezón de Xiaomei en la boca. Pero enseguida cae y desliza la mano hacia el terciopelo, buscando el clítoris erguido de la china. La manita de Xiaomei entre sus piernas enloquece a Rosa.
—¿Te gusta que te penetle así?
—Me encanta, Xiaomei —responde Rosa entre gemidos—. Y a ti, ¿te gusta esto?
—Me vuelves loca, Losa. Eles una guala…
Rosa y Xiaomei se dejan llevar por el delicioso vaivén de sus cuerpos, acompañado por una sinfonía perfecta de gritos, suspiros y gemidos que desemboca en un festival pirotécnico sin precedentes.
—¡Que me colo! ¡Que me colo! —grita Xiaomei justo antes del clímax. Rosa, más comedida en sus expresiones de placer, se corre casi en silencio y se deja caer sobre la cama, al lado de su amante. La escena de las dos chicas tumbadas boca arriba dura poco, porque Xiaomei se incorpora al cabo de pocos segundos y empieza a vestirse.
—¿Adónde vas? —pregunta Rosa.
—Tengo mucho culo —responde Xiaomei.
—Qué va, tienes un culito respingón y perfecto que me pone muy cachonda. Pero, ¿adónde vas?
—Tengo culo, mucho tlabajo en el lestaulante, ¿complendes?
Xiaomei, ya vestida de pies a cabeza, junta las manos para hacer una reverencia y se va. Y Rosa, desconcertada y excitada todavía, se desploma de nuevo sobre la cama, pensando en la mejor manera de contar a sus amigas su primera experiencia oriental.
(vídeo de Youtube: “Chinas locas 1”)
Relato dedicado al gobierno chino, que censura y prohíbe los relatos eróticos lésbicos:
http://noticias.universogay.com/prohibidos-los-relatos-eroticos-lesbicos__21032011.html
Déjate llevar (al huerto) – REBELIÓN EN LA HUERTA
Rebelión en la huerta
MARÍA: ¿Has leído el periódico de hoy?
MARGARITA: No, ¿qué dice?
MARÍA: Malas noticias para nosotras, las mediterráneas. Parece que triunfan las plantas tropicales. Escucha: “Hoy en día, quienes defienden la dieta del sexo dicen que los mejores afrodisíacos naturales vienen de tierras tropicales. Una buena dieta sexual debe incluir un desayuno con caimaroma, guapuricillo, jacana, tarumá y jugo de borojó. A mediodía, el plato puede ir acompañado de guacure, sapucaya, sachamango, ucuqui y zapotolongo. Por la tarde, un jugo de guaraná, mientras que por la noche puede cenar usiña, alimarjó, níspero, icaco y jugo de gulupa.”. ¿Te suena alguna?
MARGARITA: Pues no, ninguna, pero puedo preguntar a Azucena o a Rosa.
MARÍA: Déjalo, seguro que tampoco las conocen. Tengo miedo, Marga.
MARGARITA: ¿De qué?
MARÍA: De que se enteren las amas, ya sabes que son unas salidas. Como lean esto, seguro que nos arrancan de cuajo y nos reemplazan por zapotolongos, gulupas y otras mierdas del Trópico.
MARGARITA: ¿Estás segura?
MARÍA: No, segura no estoy, pero tengo un mal presentimiento.
MARGARITA: Bah, por muy mal que vayan las cosas, seguro que a ti te respetarán, María. Nunca renunciarán a sus porritos nocturnos de cosecha propia. Las tienes bien enganchadas. En cambio, yo…
MARÍA: ¿Tú, qué? También eres imprescindible. Aparte de porretas, las amas son unas sentimentales que no terminan de encontrar a sus medias naranjas. No puedo ni contar las veces que las hemos visto llorar juntas sus penas aquí mismo, en el huerto. Recuerda cuántas amigas tuyas han acabado deshojadas en sus manos. Créeme, Marga, tampoco van a prescindir de ti. Tú también las tienes enganchadas, aunque lo tuyo es más bien emocional.
MARGARITA: Quiero creerte, María, pero… no sé… ¿Crees que se salvará alguien más?
MARÍA: Como mucho, todas las afrodisíacas y Zanahoria. Por lo que me contó el otro día, las amas estaban pensando en ampliar su parte del huerto. Se ve que también son adictas a las zanahorias, por culpa de sus bajas pasiones… ya sabes…
MARGARITA: ¡No me digas!
MARÍA: Sí, hace tiempo que corre el rumor, aunque ahora, con la llegada de las tropicales, no sé yo… ¿Sabes si alguna de esas con nombre extraño tiene forma alargada?
MARGARITA: Ni idea. Que Dios nos ampare.
MARÍA: Dios no va a hacer nada por nosotras, pero si crees que rezando lograrás sobrevivir, reza para que siga la mala racha amorosa de las amas. Yo recogeré firmas, a ver si me legalizan de una vez.
FUENTE: http://www.terra.com/mujer/articulo/html/hof22544.htm
Canciones infantiles – Frutas en la huerta de mi tío Antón
FOTO: bloguia_pablo
http://www.flickr.com/photos/bluguia_pablo/3028799226/sizes/m/in/photostream/
Déjate llevar (al huerto) – De tres en tres
(intro Polli)
Dicen que tres son multitud, y para algunas personas puede ser cierto. Pero para otras, ser tres en la cama puede ser una experiencia diferente, original y enriquecedora, ya sea practicándola de manera puntual o bien habitualmente. Pero, claro, el ménage à trois es, como mínimo, complicado, tanto en la forma como en el fondo. ¿Sabíais que, según la Wikipedia, este término, ménage à trois, originalmente describía un acuerdo doméstico en el que tres personas que tienen relaciones sexuales habitan el mismo hogar? Por eso se traduce literalmente como “hogar de tres”. Pero actualmente, el término designa más frecuentemente a un trío sexual cuyos miembros pueden convivir o no.
Después de haberlo hablado mucho, se han decidido, por fin. Las dos lo tienen ahora muy claro. Será esta noche. Ambas llevan tiempo fijándose en la misma chica cada vez que coinciden con ella cuando salen por el ambiente. La chica en cuestión es normal, de mediana estatura, de mediana edad, de mediana belleza… Todo en ella está dentro de la media, y quizá sea eso, su medianía, su normalidad, lo que las atrae.
Cuando llegan a Tú Sabes para cenar, la chica ya está ahí, acodada en la barra frente a su copa de vino blanco. Ni siquiera las mira.
—¿Vas tú o voy yo? —pregunta la primera. Y la segunda no vacila al contestar, visiblemente nerviosa.
—Ve tú, anda, que a mí me da no sé qué.
—Desde luego, si fuera por ti… ¿Estás segura de que quieres probarlo? No tenemos que hacerlo si no queremos.
—Que sí, que sí. Anda, ve. Yo te espero aquí y pido un par de cañas.
—Voy.
Al cabo de nada, la primera vuelve a la mesa donde está la segunda. Viene de hablar con la tercera, la de la barra. La segunda está ansiosa por saber.
—¿Qué? ¿Qué?
—Dice que vale, que la avisemos cuando nos vayamos y que vendrá con nosotras a casa. ¿No te da un poco de miedo?
—Un poco sí, la verdad.
Sin hablar apenas, la primera y la segunda se concentran en su cena, mirando de reojo a la tercera de vez en cuando y pensando en lo que ocurrirá más tarde en su casa, cuando estén las dos desnudas frente a una desconocida, también desnuda. Se preguntan cómo será hacer el amor a tres bandas, quién llevará la iniciativa, qué ritmo se va a establecer entre ellas, qué complicidades se crearán, cómo se colocarán, qué sentirán, cómo se sentirán… Todo eso se preguntan, con cierta sensación de aventura y un punto de preocupación. Todavía no se han terminado el postre cuando la tercera se acerca a su mesa.
—¿Nos vamos ya? Tengo un poco de prisa esta noche.
—¿No quieres tomar un café con nosotras? —contesta la primera con una pregunta que sólo intenta demorar un poco más el encuentro sexual.
—No —sentencia la tercera— mejor lo tomamos en vuestra casa. Os espero en la calle. ¿Vais en coche?
—Sí, te llevamos —contesta la segunda con timidez.
Ya en casa, mientras la primera prepara café para las tres, la segunda y la tercera hablan en el salón.
—¿Dónde queréis hacerlo? —pregunta la tercera, a lo que la segunda contesta con un carraspeo inicial que delata su incomodidad frente a una pregunta tan directa.
—Ejem… Bueno, mejor en la cama, ¿no? Somos un poco tradicionales en eso. ¿Te parece bien?
—Lo que digáis. Por mí, como si queréis hacerlo en el balcón.
—¿En el balcón? ¿De verdad lo harías en el balcón, a riesgo de que nos vieran?
—Claro, ¿por qué no? El exhibicionismo me da morbo, ¿a ti no?
—No, yo prefiero la intimidad del dormitorio.
La primera entra en el salón con los cafés. La tercera toma una taza y bebe de un trago, a pesar de que el café está casi hirviendo. Parece tener mucha prisa.
—Tú has hecho esto muchas veces, ¿verdad? —pregunta la primera.
—Algunas —contesta la tercera, y añade— en cambio, se nota a la legua que vosotras sois primerizas—. Y sin decir más, empieza a quitarse la ropa. En pocos segundos, está completamente desnuda y echada en el sofá. La primera y la segunda se miran asombradas, deciden dejar el café para más tarde y se desnudan también. Al cabo de media hora escasa, todo ha terminado. La sesión ha sido corta pero intensa, tan intensa que la primera y la segunda están exhaustas en el suelo, sobre la alfombra de IKEA. Pero la tercera ya está vestida y dispuesta a irse.
—Bueno, chicas, ha sido un placer. No habéis estado mal para ser la primera vez. Serán trescientos.
—¿Trescientos qué? —pregunta la segunda.
—Euros, trescientos euros. Cien por cada una y cien más en concepto de mano de obra y desgaste físico. Es mi tarifa habitual para tríos. En efectivo, por favor.
Y la primera, sin inmutarse, se levanta del suelo para buscar su cartera en el bolsillo de su chaqueta, que está colgada en una de las sillas de la mesa del salón. Saca seis billetes de cincuenta euros y los entrega, doblados, a la tercera.
—Muchas gracias. Cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme. No hace falta que me acompañéis hasta la puerta, conozco el camino. Adiós.
—Adiós, —balbucea la segunda mientras la tercera se aleja. Al cabo de nada, la primera y la segunda oyen un ruido seco, es la puerta de la calle al cerrarse. Se miran, derrotadas, y la primera se dirige a la cocina para recalentar el café. Esta vez sí se lo tomarán, lo necesitan. Cuando vuelve al salón, pasados unos minutos, la primera parece preocupada.
—¿Qué te pasa? —le pregunta la segunda, que sigue tumbada sobre la alfombra del salón.
—Nada, es sólo que…
—¿Qué? —insiste la segunda. Y la primera, negando con la cabeza y con media sonrisa en los labios, como diciendo “qué idiotas somos”, formula una pregunta que flotará en el aire durante varios días.
—¿Tú has quitado el cuadro del pasillo, el del pintor ese medio famoso, que nos regalaron tus padres cuando nos casamos?
Déjate llevar (al huerto) SEXO ENFADADO
Sexo enfadado
Reconozcámoslo, algunas parejas disfrutan rompiendo una y otra vez por el mero placer de reconciliarse, sobre todo cuando la reconciliación implica mantener sexo enfadado. ¿Y qué es el sexo enfadado? Podemos definirlo como nos plazca, pero todas nos hacemos una idea bastante exacta. Follar con rabia, con resentimiento, sabiendo que nos estamos reconciliando para romper de nuevo dentro de unos días. Arrancar más que desabrochar, morder más que besar, aspirar más que chupar, arañar más que acariciar… Eso es el sexo enfadado. Vendría a ser algo parecido al sadomasoquismo, pero con dos sádicas, o con dos masoquistas, según se mire. Y también con menos porcentaje de juego y mayor nivel de odio, por supuesto. Aunque algunos complementos asociados tradicionalmente al sadomasoquismo pueden resultar útiles también para el sexo enfadado: látigos, cadenas, esposas, pinzas…
Además de una acción y una puesta en escena de carácter más bien violento, el verbo también es parte importante del sexo enfadado. Si vamos a causar rasguños y moratones en otro cuerpo, no proceden el silencio ni las palabras bonitas, hay que hacerlo usando un vocabulario adecuado, como por ejemplo “¡ven aquí, zorra, voy a marcarte como a una res!”, o “¡no te resistas, cabrona, déjate follar!”, o cualquier otra expresión similar, siempre que sea soez y ofensiva.
Por otra parte, es indudable que el sexo enfadado requiere una buena forma física, de lo contrario, al día siguiente seréis todo agujetas. En este sentido, si se hiciera un estudio, quizá llegaríamos a la conclusión de que las parejas que practican sexo enfadado están más cachas que la media.
Pues eso, que de todo hay en la Viña de la Señora, y que nadie se crea con autoridad para juzgar a las demás por cómo se comportan en la cama o por sus métodos para ponerse cachondas. En el fondo, se trata de dejarse llevar y de follar como se quiera o como se pueda, ya sea como ángeles o como posesas. Y si no, que se lo pregunten a Regan Macneil, la niña de El Exorcista, toda una experta en sexo enfadado y en otras disciplinas igual de complicadas, como girar la cabeza 360° o bajar las escaleras haciendo el puente…
Vídeo – “El exorcista”
FOTO: NeoGabox
http://www.flickr.com/photos/neogabox/3363118612/sizes/m/in/photostream/
Déjate llevar (al huerto):Salidas del armario
(hoy la introducción la leo yo…)
Dejarse llevar implica hacer lo que se quiere hacer de verdad, y eso estaría muy bien si no fuera por las consecuencias que todo acto conlleva. Y cuando se trata de salir del armario, las consecuencias pueden ser graves, sobre todo si no se han tenido en cuenta antes de decir a la familia y a todo tu entorno que eres lesbiana. A veces, incluso puede ser mejor no decir nada y dejar que lo vean con sus propios ojos…
Salidas del armario
Salir o no salir… Ésa es la cuestión. ¿Tiene sentido gritar al mundo: “soy lesbiana y me encanta”? ¿Acaso alguien grita “soy heterosexual y me encanta”? En un mundo ideal, no haría falta que nadie saliera de ningún lugar, porque todas y todos viviríamos compartiendo un mismo espacio en plena igualdad. Pero no es así, y si no salimos nadie nos ve, no existimos, excepto cuando se trata de pagar impuestos. A la hora de contribuir al mantenimiento de la maquinaria de gobierno existimos como las que más, en total igualdad con heterosexuales, asexuales, metrosexuales y otras faunas sociales.
En cualquier caso, salir del armario implica siempre la necesidad de dejarse llevar. Salimos porque queremos salir. Pero, en este caso, no te vamos a recomendar que te lances de cabeza sino que, por el contrario, sopeses muy bien los pros y los contras de tu salida. Ten en cuenta las características de tu entorno: ¿es abierto o, por el contario, es muy homófobo? ¿Qué relación tienes con tus progenitores? Si tu padre es militar y tu madre acude asiduamente a misa vespertina, mejor que salgas del armario cuando te hayas emancipado. O, si quieres decírselo de todas maneras viviendo bajo su mismo techo, asegúrate de tener las puertas abiertas en casa de alguna amiga o de algún pariente de mentalidad abierta, por si tuvieras que salir por piernas.
Lo mejor que te puede pasar es salir del armario acompañada por una novia o por una amiga lesbiana que ya esté fuera. Para el caso, un amigo abiertamente gay también sirve. Así te sentirás más segura y menos desamparada.
Una vez que hayas pensado sobre todo esto y hayas calculado el alcance de las consecuencias… entonces sí… ¡déjate llevar y sal!
(vídeo de Youtube “salir del armario”. El audio es muy malo, lo importante son las imágenes)
