Déjate llevar (al huerto) – Plantas afrodisíacas
(intro Polli)
En un huerto se pueden plantar muchas cosas, todo lo que queráis. Lo importante es que conozcáis las propiedades de todo lo que plantéis, para que podáis sacarle el máximo partido. Ya sabéis que, muchas veces, a las mujeres se nos ha negado históricamente el derecho a tener y a mostrar deseo sexual, y por eso hemos pensado que sería interesante hablar sobre el poder afrodisíaco de ciertas plantas, para que quede claro que no hay mujer frígida sino más bien mal informada. La Satchi os cuenta más acerca de ciertas plantas que toda mujer debería tener en su huerto…
(texto Satchi)
Plantas afrodisíacas
Chicas, un huerto es mucho más que una fuente de vitaminas y una manera creativa de ahorraros un dinerito en vuestra compra semanal. Un huerto también puede ser fuente de placer, y no lo digo solamente por los largos ratos que podéis pasar cavando, arrancando malas hierbas y recolectando todos los frutos de vuestro trabajo mientras dejáis la mente en blanco y os relajáis. Además de todo eso, que ya es mucho, un huerto puede daros también muchas satisfacciones a nivel sexual. Todo lo que tenéis que hacer es plantar ciertas variedades consideradas afrodisíacas. No es que a las lesbianas nos haga mucha falta que nos levanten la libido, más bien al contrario, pero por si acaso, y por aquello de que a las mujeres siempre se nos ha negado el derecho a tener deseo sexual, seamos lesbianas o no, os recomiendo que reservéis una parte de vuestro huerto, si lo tenéis, a plantar algunas de las especies que explicamos a continuación. Y si no tenéis huerto, no pasa nada, siempre podéis pedir un poco de perejil a la vecina, y así, de paso, la conocéis un poco más de cerca…
Entre las plantas consideradas afrodisíacas encontramos el perejil. Dicen que aumenta la producción de estrógenos (que son las hormonas femeninas), y por eso dicen también que el perejil es especialmente útil en la menopausia. Si queréis utilizarlo para mejorar vuestro deseo, sumergid durante 45 minutos un manojo de perejil en un litro de agua hirviendo, luego apagáis el fuego y lo dejáis reposar durante una hora. Tenéis que tomaros un vaso de esta infusión de perejil antes de realizar el acto sexual, pero sin que la chica con la que váis a realizar el acto se dé cuenta, porque si no, igual se asusta y se larga, y vosotras os quedáis puestas y sin plan…
El puerro, por su riqueza en manganeso, también puede ayudar a aumentar el deseo sexual. Yo añadiría que el puerro también aumenta el deseo sexual por su forma cilíndrica y alargada, ¿no?
Y el clavo, por supuesto, dicen que el clavo es un remedio muy utilizado, especialmente en países orientales, para estimular la libido, sobre todo para las mujeres que han perdido el deseo sexual debido a motivos nerviosos o a trastornos alimentarios. Se utiliza en combinación con otras plantas afrodisíacas como el jengibre y la canela. Y además, también es cierto aquello de que “un clavo saca otro clavo”, ¿no? Pues eso…
Hay muchos más alimentos y plantas con propiedades afrodisíacas, que ya iremos comentando. Lo importante es que, si alguna vez necesitáis este tipo de remedios, optéis por lo natural, porque los estimulantes químicos ya son otro cantar y, además, no podéis plantarlos en vuestro huerto. Y aunque os digan que tal o cual pastilla están hechas con extractos de plantas cien por cien naturales, desconfiad siempre, porque ya sabéis que el marketing puede ser muy dañino. Nada como el huerto propio, por eso tenéis que cuidarlo… Y recordad siempre aquello de: “facha muerto, abono pa’ mi huerto”…
(vídeo de Youtube: “Libidil, de Natur Sex Line”)
Déjate llevar (al huerto) – Cita a ciegas (reinaari)
Hablando de citas a ciegas, nuestra amiga reinaari quiere compartir su experiencia con todas nosotras. En su historia nos explica no una, sino dos citas a ciegas que tuvo en el pasado, y lo mejor de todo es que ambas tuvieron un final feliz. Te agradecemos mucho tu aportación, reinaari, y te animamos a continuar enviándonos todo lo que quieras. Y a las demás, también. Podéis hacernos llegar vuestras sugerencias, informaciones y todo lo que deseéis a la dirección de correo electrónico [email protected].
Dos citas a ciegas de reinaari
Mi primera cita a ciegas tuvo lugar cuando yo tenía 19 años (he sido algo tardía en todo). Llevaba chateando con esta chica algo así como 5 meses, ella insistía en quedar conmigo, pero a mí no me convencía mucho la idea, siempre me ha dado reparo quedar con gente que no conozco, y si encima iba yo sola, ni te cuento. Es más ¿y si era una zumbada? Lo retrasé durante un tiempo hasta que hubo una especie de ultimátum por su parte, así que terminé accediendo. Por aquel entonces estudiaba un ciclo en horario de tarde, me pasé toda la semana nerviosa y con muchas dudas (¿y si está loca? ¿De qué vamos a hablar? ¿Y si no me gusta físicamente?)… Muchas preguntas sin respuesta que me ponían nerviosa…
Por fin llegó el día, ella venía en autobús desde Pamplona, aunque era natural de un pueblo de Burgos, yo salía de clase a las 21.30, así que quedamos en un bar del centro que ella conocía. Fui rápidamente a casa a arreglarme para la cita, con una mezcla de gana y desgana en el cuerpo. Decidí llegar un poco tarde para, así, llamarla por teléfono y que tuviera que salir del bar para hablar. Fue la mejor idea que se me ocurrió para evitar el mal trago de entrar en el bar y tener que buscarla, lo de llegar tarde está mal, pero el truco no es tan malo, ¿no?
Nos encontramos en la calle y fue un momento extraño, mezcla del nerviosismo de ambas y que yo cumplo el tópico de sequedad burgalesa en algunas ocasiones. Por fin, dos besos y comenzamos a conversar acerca de su viaje mientras nos dirigíamos a tomar algo a un bar en el que trabajaba una amiga (era mi forma de estar segura, llevarla a mi terreno). Tras un buen rato y un par de cervezas, hablando de naderías empezamos a hablar de temas más personales, y tras visitar unos cuantos bares más acabó durmiendo en mi casa, pero no seáis mal pensadas, sólo como amigas.
El sábado la acompañé a coger el autobús para que se marchase a su pueblo durante el fin de semana, y tras un par de visitas mías a Pamplona todo terminó en una relación de 7 años. El resumen sería que, para ser una cita a ciegas, el resultado final fue bueno.
La segunda cita a ciegas ocurrió tras 9 meses chateando con otra chica de Burgos, en esta ocasión yo me había trasladado a Barcelona con una beca para cursar el último año de carrera.
El horario de la universidad me dejaba bastantes horas libres que decidí ocupar chateando porque, al principio, no conocía a nadie en el campus. Cuando conocí gente seguí haciéndolo porque la conversación de esta chica me resultaba muy interesante, y total, siempre hay tiempo para todo (chatear, tomar algo con los compañeros…).
Seguí chateando con ella todo el curso sin ninguna presión, porque la distancia entre ciudades es bastante grande, y cuando iba a casa de visita le decía que tenía demasiados planes como para quedar. Ella no podía llamarme porque no intercambiamos números hasta muy avanzada la amistad por el chat. Me interesaba, pero como no la conocía y yo tenía novia tampoco me planteaba más. Lo interesante llegó cuando terminó el curso y me volví a casa, empezó la insistencia y acabé cediendo. Era verano y quedamos a mediodía en un lugar céntrico donde se queda normalmente en Burgos, pero, como era un día laborable no había mucha gente esperando. Llegaba nerviosa, pero menos que en la otra cita a ciegas (creo que la luz del día hace que salga la poca valentía que tengo), el sueño que tenía creo que también hacía algún efecto (estaba haciendo prácticas y me levantaba bastante pronto para mi costumbre).
Ella me reconoció enseguida y empezó a hablar como una cotorra, fuimos a tomar un café y siguió hablando. Fue una pesadilla de cita, sólo os diré que por la tardé quedé con una amiga a quien lo primero que le dije fue “no vuelvo a quedar con esta chica ni loca”… Soy una bocazas, porque me volvió a llamar a los pocos días y como no sé decir que no… Ahí empezó una relación amor-odio que duró casi 2 años (a todo esto, yo seguía con mi novia), una relación que terminó en una bonita historia que ya alcanza más de 2 años y que espero que dure mucho, mucho más.
Déjate llevar (al huerto) – Sadomasoquismo
(intro Polli)
Los caminos hacia el placer son muy variados y, muchas veces, pueden sorprendernos. Dejarse llevar también significa ser capaces de adentrarnos en prácticas que, a priori, pueden parecernos muy alejadas de nuestra visión del mundo. Y además, lo que mal empieza no siempre tiene que acabar mal…
(texto Satchi)
Sadomasoquismo
—He sido una niña muy mala —susurra Soraya al oído de su acompañante.
—Entonces tendré que darte fuerte —contesta la acompañante, a quien Soraya ha conocido un par de horas antes en un local para mujeres con intereses sadomasoquistas. —Grabaré mi nombre a fuego sobre tu piel, para que no te olvides nunca de Estefanía.
Al oír el nombre, Soraya, enfundada en cuero negro y tendida sobre un camastro metálico, se incorpora, sorprendida.
—¿Estefanía? ¿Cómo que Estefanía? ¿No te llamabas Irma, tú?
Ahora es Estefanía quien se sorprende y baja el látigo que estaba a punto de usar.
—No, yo me llamo Estefanía.
—No puede ser. Tú eres Irma, que significa “la grande, la fuerte”. Me lo has contado tú misma mientras bebíamos champán en la barra.
—Que no.
—¿Y tampoco te haces llamar “Lady Túrmix”?
—No, yo soy Estefanía a secas. ¿Qué te pasa ahora? ¡Pero si me has dicho que te morías por llegar a casa para que te pegara y te humillara a tope! Vamos, túmbate, que te doy…
Pero, en lugar de tumbarse de nuevo, Soraya se levanta del camastro y enciende un cigarrillo.
—Lo siento… creo que… me he confundido. Es que las dominatrices os vestís todas igual, ¡y todas con antifaz! Y claro, así es muy fácil hacerse un lío… Seguramente me habré equivocado al volver del baño. Te he visto en la barra, en el mismo lugar donde había dejado a Irma, y he dado por sentado que eras ella. Lo siento, Estefanía, pero tendrás que marcharte.
—¿Cómo? —pregunta Estefanía, con incredulidad— ¿Después de ponerme cachonda, ahora me dices que me vaya?
—Sí —contesta Soraya— no me pone que me pegue alguien que se llama Estefanía. No te ofendas, pero tu nombre me suena a ternura, a candidez, a Navidad, nada que ver con lo que se espera de una dominadora. Yo quería que me azotara Lady Túrmix.
Estefanía no puede creer lo que oye.
—Pero, ¿qué más da quién te pegue?
—A mí sí me importa —contesta Soraya, con aplomo. Por favor, vete.
—No puedo —replica Estefanía— cuando estoy cachonda, necesito pegar. Si no lo hago, se me queda el cuerpo muy mal y no duermo durante, al menos, tres días seguidos.
De inmediato, Soraya recoge cuatro almohadones grandes que estaban esparcidos por el suelo y los tira sobre el camastro.
—Adelante, Estefanía, dales fuerte, yo te ayudo gimiendo un poco, para que disfrutes más. ¿Te vale así?
Sentada en un butacón en una esquina de la habitación, Soraya se aclara la voz mientras Estefanía empieza a azotar los almohadones sin piedad. Después de cada golpe, Soraya emite un tímido gemido de placer, más que nada para cumplir con el expediente. No quiere que Estefanía se marche de su casa con las manos vacías, es lo mínimo que puede hacer por ella para tratar de arreglar su lamentable equivocación.
A los pocos minutos, Estefanía está encendida de placer, azotando los almohadones con brutalidad seductora y relamiéndose sin parar. Está tan excitada que Soraya nota que se excita también solo con verla, a pesar de no sentir sus azotes. Sin darse cuenta, sus gemidos ganan en intención e intensidad y se coordinan cada vez mejor con la escenificación de Estefanía. Tanto se acoplan los azotes de una y los gemidos de la otra que la sinfonía a dos manos y una voz que, sin saberlo, acaban de inventar, explota en un perfecto y apoteósico orgasmo sincronizado. Y así, Estefanía de bruces sobre los almohadones y Soraya desparramada en el butacón, se sonríen y se dan las gracias entre respiraciones entrecortadas.
—Ha sido un placer, Soraya.
—Lo mismo digo, Estefanía.
(vídeo Youtube – “Mom is Santa”
Déjate llevar (al huerto) – Juguetes
(intro Polli)
A la hora de dejarse llevar, los juguetes y accesorios sexuales pueden ser una opción a tener en cuenta, aunque a veces, si son demasiado perfectos, se convierten en una verdadera amenaza. La tecnología puede jugar muy malas pasadas y es capaz incluso de arruinar una relación perfecta. Por lo tanto, quizá conviene valorar muy bien el lugar y el espacio que deben ocupar estos artilugios en nuestra vida sexual… ¿Jugamos?…
(texto Satchi)
Juguetes
Esther oye los aullidos de Sara, su mujer, desde la entrada. Hoy ha llegado antes porque su jefa ha anulado la reunión de la tarde sin previo aviso. Corre hacia la habitación, convencida de que encontrará a Sara revolcándose de dolor menstrual. Pero no. Bueno, sí, Sara está revolcándose, pero con otra mujer, y no parece que le duela nada, más bien al contrario.
—¡Sara! ¿Qué coño estás haciendo? —grita Esther, completamente fuera de sí.
Sara, con las mejillas encendidas de lujuria y vergüenza a partes iguales, contesta mientras descabalga a la otra.
—¿Yo?… Nada… ¿Qué haces tú aquí tan pronto?
—¿Cómo que nada? ¿Quién es esta guarra? ¿Desde cuándo te gustan las flácidas de piel rosada? ¿Y por qué no se mueve?
Esther se acerca a la cama, dispuesta a echar de su casa a la amante de su mujer. La agarra por un brazo con todas sus fuerzas para arrastrarla hacia la puerta, pero la chica es tan ligera que, sin pretenderlo, la levanta con una sola mano, como si fuera un globo de feria. Esther no entiende nada, necesita todavía unos segundos para hacerse cargo de la escena. Mira a Sara, tumbada en la cama, y luego a la chica que sostiene por encima de su cabeza, liviana y rígida como ninguna.
—Pero si es… ¿Una muñeca hinchable?… ¡Sara, por Dios!
Sara rompe a llorar.
—Perdóname, cariño, la vi en el sex shop de la esquina y me pareció tan bella, tan delicada, tan real… No he podido resistirme.
Esther, indignada, tira la muñeca al suelo y se sienta en el borde de la cama.
—No puedo creer que te lo estuvieras montando con un ser inanimado de látex. ¿Me quieres decir qué tiene ella que no tenga yo?
Y Sara contesta, con aparente normalidad.
—Muchas cosas.
—¿Cómo? ¿Me estás vacilando?
—Tiene un dispositivo interno que se acciona automáticamente, y cuando la abrazas vibra toda, de pies a cabeza, y te da un gusto que para qué…
Esther no puede hablar de puro asombro, mientras Sara continúa su exposición.
—También lleva un arnés extensible, por si en un momento dado te apetece penetración. Y el botón de la oreja derecha activa el hilo musical con una selección de canciones de esas de ponerte cachonda… ¿Sabes cuáles te digo? Pero yo prefiero hacerlo sin música, cariño, ya lo sabes, para oír los gemidos… Linda también gime si le lames la entrepierna…
—¿Linda? —pregunta Esther— ¿Tiene nombre también?
—Sí, es perfecta, ¿verdad? Y es tan guapa… —responde Sara.
—¿Perfecta? ¡Es terrorífica! Me siento como si acabara de echar de mi cama a la muñeca diabólica… Pero, a ver, ¿qué pasa conmigo entonces? ¿Dónde quedo yo?
Sara ya no llora, su expresión es ahora feliz y relajada. En cambio, la cara de Esther refleja desesperación y derrota.
—Tú estás donde siempre, cariño —responde Sara—. Yo te quiero mucho, eres mi amor, mi compañera, mi todo. Me encanta hacer el amor contigo, aunque no vibres como Linda. Tú eres mucho más divertida, eso no te lo quita nadie…
—¡Basta! —interrumpe Esther, levantándose de la cama—, no quiero oír nada más. Has perdido la poca sensatez que te quedaba, Sara.
Esther sale de la habitación con paso firme.
—¿Adónde vas? —pregunta Sara desde la cama. Y Esther le contesta, ya en el pasillo.
—Déjame, voy a hacer la cena. ¿Preparo algo con la Thermomix o quieres follártela también? Como hace tantas cosas, a lo mejor te mola. Y de postres, te traigo el exprimidor, que también vibra.
Déjate llevar (al huerto) – 07/12/10 – De tres en tres
(intro Polli)
Dicen que tres son multitud, y para algunas personas puede ser cierto. Pero para otras, ser tres en la cama puede ser una experiencia diferente, original y enriquecedora, ya sea practicándola de manera puntual o bien habitualmente. Pero, claro, el ménage à trois es, como mínimo, complicado, tanto en la forma como en el fondo. ¿Sabíais que, según la Wikipedia, este término, ménage à trois, originalmente describía un acuerdo doméstico en el que tres personas que tienen relaciones sexuales habitan el mismo hogar? Por eso se traduce literalmente como “hogar de tres”. Pero actualmente, el término designa más frecuentemente a un trío sexual cuyos miembros pueden convivir o no.
Después de haberlo hablado mucho, se han decidido, por fin. Las dos lo tienen ahora muy claro. Será esta noche. Ambas llevan tiempo fijándose en la misma chica cada vez que coinciden con ella cuando salen por el ambiente. La chica en cuestión es normal, de mediana estatura, de mediana edad, de mediana belleza… Todo en ella está dentro de la media, y quizá sea eso, su medianía, su normalidad, lo que las atrae.
Cuando llegan a Tú Sabes para cenar, la chica ya está ahí, acodada en la barra frente a su copa de vino blanco. Ni siquiera las mira.
—¿Vas tú o voy yo? —pregunta la primera. Y la segunda no vacila al contestar, visiblemente nerviosa.
—Ve tú, anda, que a mí me da no sé qué.
—Desde luego, si fuera por ti… ¿Estás segura de que quieres probarlo? No tenemos que hacerlo si no queremos.
—Que sí, que sí. Anda, ve. Yo te espero aquí y pido un par de cañas.
—Voy.
Al cabo de nada, la primera vuelve a la mesa donde está la segunda. Viene de hablar con la tercera, la de la barra. La segunda está ansiosa por saber.
—¿Qué? ¿Qué?
—Dice que vale, que la avisemos cuando nos vayamos y que vendrá con nosotras a casa. ¿No te da un poco de miedo?
—Un poco sí, la verdad.
Sin hablar apenas, la primera y la segunda se concentran en su cena, mirando de reojo a la tercera de vez en cuando y pensando en lo que ocurrirá más tarde en su casa, cuando estén las dos desnudas frente a una desconocida, también desnuda. Se preguntan cómo será hacer el amor a tres bandas, quién llevará la iniciativa, qué ritmo se va a establecer entre ellas, qué complicidades se crearán, cómo se colocarán, qué sentirán, cómo se sentirán… Todo eso se preguntan, con cierta sensación de aventura y un punto de preocupación. Todavía no se han terminado el postre cuando la tercera se acerca a su mesa.
—¿Nos vamos ya? Tengo un poco de prisa esta noche.
—¿No quieres tomar un café con nosotras? —contesta la primera con una pregunta que sólo intenta demorar un poco más el encuentro sexual.
—No —sentencia la tercera— mejor lo tomamos en vuestra casa. Os espero en la calle. ¿Vais en coche?
—Sí, te llevamos —contesta la segunda con timidez.
Ya en casa, mientras la primera prepara café para las tres, la segunda y la tercera hablan en el salón.
—¿Dónde queréis hacerlo? —pregunta la tercera, a lo que la segunda contesta con un carraspeo inicial que delata su incomodidad frente a una pregunta tan directa.
—Ejem… Bueno, mejor en la cama, ¿no? Somos un poco tradicionales en eso. ¿Te parece bien?
—Lo que digáis. Por mí, como si queréis hacerlo en el balcón.
—¿En el balcón? ¿De verdad lo harías en el balcón, a riesgo de que nos vieran?
—Claro, ¿por qué no? El exhibicionismo me da morbo, ¿a ti no?
—No, yo prefiero la intimidad del dormitorio.
La primera entra en el salón con los cafés. La tercera toma una taza y bebe de un trago, a pesar de que el café está casi hirviendo. Parece tener mucha prisa.
—Tú has hecho esto muchas veces, ¿verdad? —pregunta la primera.
—Algunas —contesta la tercera, y añade— en cambio, se nota a la legua que vosotras sois primerizas—. Y sin decir más, empieza a quitarse la ropa. En pocos segundos, está completamente desnuda y echada en el sofá. La primera y la segunda se miran asombradas, deciden dejar el café para más tarde y se desnudan también. Al cabo de media hora escasa, todo ha terminado. La sesión ha sido corta pero intensa, tan intensa que la primera y la segunda están exhaustas en el suelo, sobre la alfombra de IKEA. Pero la tercera ya está vestida y dispuesta a irse.
—Bueno, chicas, ha sido un placer. No habéis estado mal para ser la primera vez. Serán trescientos.
—¿Trescientos qué? —pregunta la segunda.
—Euros, trescientos euros. Cien por cada una y cien más en concepto de mano de obra y desgaste físico. Es mi tarifa habitual para tríos. En efectivo, por favor.
Y la primera, sin inmutarse, se levanta del suelo para buscar su cartera en el bolsillo de su chaqueta, que está colgada en una de las sillas de la mesa del salón. Saca seis billetes de cincuenta euros y los entrega, doblados, a la tercera.
—Muchas gracias. Cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme. No hace falta que me acompañéis hasta la puerta, conozco el camino. Adiós.
—Adiós, —balbucea la segunda mientras la tercera se aleja. Al cabo de nada, la primera y la segunda oyen un ruido seco, es la puerta de la calle al cerrarse. Se miran, derrotadas, y la primera se dirige a la cocina para recalentar el café. Esta vez sí se lo tomarán, lo necesitan. Cuando vuelve al salón, pasados unos minutos, la primera parece preocupada.
—¿Qué te pasa? —le pregunta la segunda, que sigue tumbada sobre la alfombra del salón.
—Nada, es sólo que…
—¿Qué? —insiste la segunda. Y la primera, negando con la cabeza y con media sonrisa en los labios, como diciendo “qué idiotas somos”, formula una pregunta que flotará en el aire durante varios días.
—¿Tú has quitado el cuadro del pasillo, el del pintor ese medio famoso, que nos regalaron tus padres cuando nos casamos?
