Déjate Llevar (al huerto)
DÉJATE LLEVAR (AL HUERTO)
A veces nos ocurren cosas que nos obligan a replantearnos la vida, situaciones inesperadas que dan un giro completo a nuestra existencia. En estos casos, lo más difícil es siempre decidir entre seguir como estamos o dejarnos llevar por las nuevas circunstancias y ver hacia qué dirección nos llevan. Sin duda, dejarse llevar es siempre la opción más arriesgada, pero también es cierto que, quien no arriesga, no gana…Déjate llevar (al huerto)
Déjate llevar (al huerto)
Deja fluir los pensamientos más recónditos de tu mente, abre los pliegues de tu alma, libera tu deseo… Descubre rincones de tu corazón que quizá desconoces… o que quizá no te atreves a conocer… Déjate llevar
La atracción no puede explicarse… Hay que vivirla, hay que experimentarla, hay que sentirla… ¿Y cómo se siente la atracción? Afilando nuestros dispositivos sensoriales. Parece fácil, ¿verdad? Pues, supongo que la mayoría estaréis de acuerdo conmigo si os digo que no es tan fácil como parece. Para empezar, a lo mejor os preguntáis a qué me refiero cuando hablo de “dispositivos sensoriales”. Los “dispositivos sensoriales” son todo aquello que nos permite percibir nuestro entorno y a las demás personas, un conjunto de mecanismos de base biológica que amplían su función cuando la atracción entra en juego, mecanismos como la piel, la mirada, el tacto, la voz…
(sigue, el texto, pero mejor que escuches el audio)
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La Polli.
Déjate llevar (al huerto): ‘Diario de Verano, 1′
Diario de verano 1
Querido diario:
Me voy de vacaciones y, la verdad, no sé si abrirme o cerrarme. Si hago caso al vecino de la azotea, debería meditar muy mucho cada uno de mis pasos para evitar lamentos posteriores. Aunque también me aconseja que me deje llevar, que aproveche los días más calurosos del año para abrirme de mente y de piernas. No sé, a mí, el señor Cerebro siempre me ha parecido un poco bipolar, unas veces tan estrecho de miras; otras, tan descerebrado. No hay quien le entienda, ni siquiera yo, que comparto edificio con él desde que tengo memoria. Bueno, la memoria es más bien cosa suya, yo solo comparto los servicios comunes.
Luego está la señora Pierna, la del bajo primera, diciéndome que aproveche estos días para hacer deporte, que, quien mueve las piernas, mueve el corazón, y que hay que cuidarse todo el año. Y su hermana, la del bajo segunda, igual, por algo son gemelas. Seguro que lo dicen porque a las dos les encanta bailar, pasear y correr por la montaña. Claro, qué fácil es para ellas hacer todo lo que les venga en gana; quien se cansa soy yo, al fin y al cabo. Entre las dos, más de una vez me han llevado al límite de mi capacidad. Eso no es salud, es tontería.
El señor y la señora Brazos, en cambio, son más razonables, siempre aplauden mis decisiones, aunque no estén de acuerdo con ellas. ¿Que decido cerrarme por vacaciones? Les parecerá bien. ¿Que me abro y que sea lo que Dios quiera? También estarán de acuerdo, seguro. Son un encanto.
Y el señor Estómago, el del piso de abajo, igual de encantador. Quizá porque es filósofo y se toma la vida con la debida calma. Ayer fui a verle, para despedirme. Me dio dos besos y me recomendó mesura: comer para vivir, no vivir para comer. “Es mejor quedarse con hambre que comer mierda”, me dijo. Creo que le haré caso, al fin y al cabo, los amores también se conquistan por el estómago…
Hasta la vuelta.
Corazón.
Alaska – Vacaciones infernales
FOTO: kamilamove
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Déjate llevar (al huerto) – ¿En tu huerto o en el mío?
(intro Satchi)
A veces, dejarse llevar no es fácil, y mucho menos en el sentido literal de la expresión. Sales, conoces a alguien, os gustáis y queréis tener un encuentro íntimo esa misma noche. Pero, claro, como apenas os conocéis, a menudo os cuesta poneros de acuerdo para decidir el lugar de la cita, y además, el coche siempre resulta incómodo y no es nada serio, más aún a partir de cierta edad. Por si las lesbianas no fuéramos suficientemente complicadas por naturaleza, en estas ocasiones solemos complicarlo todo un poco más todavía… Queremos que nos lleven al huerto, sí, pero… ¿a cuál?
(texto Polli)
¿En tu huerto o en el mío?
Los hombres gays quizá lo tienen más fácil, porque les encanta utilizar el cuarto oscuro, algo que a las lesbianas parece que no acaba de gustarnos del todo. Por eso, muchas veces, se nos plantea un problema cuando se nos presenta la oportunidad de un “aquí te pillo, aquí te mato”, y es que no sabemos dónde consumar nuestra urgencia sexual. ¿En casa de la chica que acabamos de conocer? ¿Y si resulta que es una psicópata en potencia y nos descuartiza con una sierra mecánica nada más cruzar la puerta para hacerse un colgante con nuestro clítoris? En estos casos, cuando vayáis a casa de alguien, fijaos siempre en si tiene los muebles envueltos en plástico industrial (¿habéis visto la película American Psycho?), porque eso puede daros una pista clara de por dónde pueden ir los tiros. Ante todo, los psicópatas y las psicópatas son siempre muy limpios y concienzudos, por lo menos los de las películas lo son…
Es cierto que algunas personas tienen miedo, y no sólo las chicas. Por eso, algunas lesbianas, y también algunos gays, suelen enviar mensajes de móvil a sus amigos o amigas de confianza diciéndoles exactamente dónde están cuando van de ligue ocasional, más que nada para que alguien encuentre su cadáver si se da el caso… Hay que tener siempre muy claro que no se puede follar con miedo, porque no se disfruta la experiencia.
Entonces, si no queremos ir a casa de la chica que acabamos de conocer, ¿adónde vamos? ¿A nuestra casa? ¿Y si luego la chica se encapricha y empieza a acosarnos durante meses al más puro estilo Glenn Close en Atracción Fatal? ¿Cómo nos la sacamos de encima si sabe dónde vivimos? Difícil situación, desde luego.
También podemos ir a un hotel, o alquilar un apartamento por horas, pero resulta caro, claro, y la economía no está como para lanzar cohetes. Otra opción, más barata y más segura, pero menos placentera, podría consistir en que cada una os vayáis a vuestra casa y practiquéis sexo telefónico o por Internet… Pero no es lo mismo, ¿verdad que no?…
No sé, es complicado, ¿y sabéis por qué es tan complicado, me parece a mí? Porque las lesbianas, en general, no queremos solamente sexo, además, queremos dormir con la chica, pasar la noche con ella, abrazándola y sintiendo su cuerpo junto al nuestro, y eso implica un despliegue logístico difícil de planificar en muchos casos. En cambio, conozco a muchos hombres gays que, según me cuentan, cuando terminan de eyacular ya se están abrochando los zapatos para irse. Pero no conozco a ninguna lesbiana que abandone el lugar de los hechos con semejante rapidez, o que lo confiese al menos.
Y mientras tanto, las lesbianas, además de sufrir doble invisibilidad, nos enfrentamos también a un doble dilema, porque tenemos que decidir primero entre dejarnos o no dejarnos llevar, que también nos cuesta lo nuestro a veces; y luego debemos decidir adónde nos dejamos llevar… ¿A tu huerto o al mío?…
Déjate llevar (al huerto) – BaiLES
BaiLES
—No, gracias, no sé bailar.
Isadora había repetido esa misma frase miles de veces desde que entró en la adolescencia, y por eso ahora, a sus treinta y tres, ni siquiera era consciente de que la estaba pronunciado de nuevo para quitarse de encima a un chico en el pub de moda. Nunca se le dio bien bailar, a pesar de los intentos de su padre por enseñarle cuando era niña. (más…)
Déjate llevar (al huerto): ‘Flores de Bach’
Flores de Bach
Arrancó de cuajo patatas, tomates, cebollas y calabacines. Exterminó de raíz limoneros y perales. Recolectó las últimas lechugas y prendió fuego al huerto para arrasar con todo. Se dejó llevar por la ira, sí, pero consciente de que era la última vez que daba rienda suelta a sus emociones negativas. Ya no quería huerto, necesitaba un jardín en su vida, pero no un jardín cualquiera sino un jardín de Flores de Bach. La primera visita a la terapeuta le había abierto los ojos a una nueva realidad de autocontrol y canalización de frustraciones por medio de extractos florales diluidos en alcohol. En esa primera cita, en la que ella misma escogió sin mirar las Flores que, supuestamente, debían ayudarla según su estado emocional, sus manos hablaron por ella.
—Impatiens y Willow, interesante elección —valoró la terapeuta— irritabilidad y resentimiento. No te asustes si ves que tomas decisiones drásticas en cuanto empieces a tomarlas.
“Y tan drásticas”, pensó Yolanda frente a su huerto en llamas. A la semana siguiente, en la consulta, su elección fue otra bastante distinta: Crap Apple, Heather y Beech. Al parecer, ya no estaba irritada ni resentida, ahora no se gustaba a sí misma, y eso la llevaba a obsesionarse con su persona y a ser intolerante con las demás. Debía tomar la nueva pócima durante la siguiente semana si quería perdonar a Lola por haberse largado de un día para otro dejándole por único legado un huerto que ella siempre había detestado. (más…)
Déjate llevar (al huerto) A María le tira el huerto
A María le tira el huerto
María sabía que iba para santa desde que era niña. Nació en el seno de una familia acomodada de Pamplona. Su madre era supernumeraria; su padre, supercarbrón. Tenía tantos hermanos y hermanas que le resultaba difícil acordarse de todos sus nombres y edades. Pero sí se acordaba de lo que le decía su madre cada día antes de acostarse:
—María, tú eres diferente, mi niña, tú estás llamada a servir a Dios. Serás una buena esposa, una madre ejemplar y servirás a la Prelatura con amor y humildad, como mami.
Y María respondía que sí, aunque no tenía ni idea de lo que podía suponer para ella ser madre, esposa y supernumeraria. Solo tenía diez años, y lo más cercano al amor que conocía era Virginia, su compañera de pupitre, a quien no podía dejar de mirar. Pero era humilde, eso sí.
A los dieciocho la pusieron de largo y le buscaron un novio engominado. Salían juntos a cenar y a bailar por la parte noble de la ciudad. Después, Borja la acompañaba hasta la puerta de casa, le daba un beso en los labios y esperaba hasta verla entrar. Una vez que María desaparecía de su campo visual, el coche de Borja se dirigía derrapando hacia los suburbios. Allí le esperaba su amiga Leticia, quien le preparaba para el matrimonio con sus clases de dominatriz.
María se tocaba de vez en cuando, pero poco, porque le habían dicho que aquello era malo, aunque a María no se lo parecía. Cuando se acariciaba rozaba el cielo y veía una cara entre las nubes, siempre la misma: la de su amiga Virginia, de quien nada había vuelto a saber desde que terminaron la Secundaria. También le habían dicho que, al matrimonio, se llega virgen o no se llega, pero eso no era problema para María, sabía que podría aguantar porque, entre otras cosas, nunca veía la cara de Borja entre las nubes.
Una tarde, al salir de la facultad de Derecho, sonó el móvil de María. Número desconocido. Pensó que sería alguna encuesta y a punto estuvo de no contestar, pero al final aceptó la llamada.
—¿María? ¿Eres tú? Soy Virginia.
A María le costó recordar.
—¿Virginia? ¿La del instituto?
—La misma. ¿Cómo te va, nena?
Era una tarde nublada, y entre nube y nube, la cara de Virginia.
—Pues… Creo que bien —contestó María— ¿Y a ti?
—Estupendo. Tenemos que vernos, María, quiero contarte muchas cosas. Este sábado hay fiesta en El Huerto. ¿Te vienes?
María no conoce El Huerto.
—Claro, aunque no sé dónde está. Le preguntaré a Borja, mi novio. Seguro que le encantará venir conmigo, y así, de paso, te lo presento.
Virginia se toma su tiempo antes de continuar la conversación.
—María, cariño, no creo que dejen entrar a Borja en El Huerto…
—¿Ah, no? —pregunta María con candidez infantil.
—No —responde Virginia—. El Huerto es solo para chicas, ¿entiendes?
Y María hace como que sí, pero no termina de entender.
—Claro, claro, como una hermandad universitaria, ¿no? De acuerdo, vendré yo sola, no creo que a Borja le importe. Además, hace tiempo que no sale con sus amigos.
—Muy bien, nena, así se habla. Nos vemos allí hacia medianoche. Un beso, guapa.
Después de hablar con Virginia, María se sintió muy rara. Era martes, y María siguió igual de rara hasta el sábado.
A las doce en punto de la noche, María estaba frente a la puerta del local, mirando el letrero luminoso donde se leía con claridad “El Huerto”. Su trabajo le había costado encontrarlo entre las callejuelas más estrechas y antiguas de Pamplona. Cuando se disponía a entrar, una mano en el hombro se lo impidió. Era Virginia, quien tuvo que insistir hasta tres veces para que María se detuviera y se diera la vuelta.
—Espera, chica, espera —dijo Virginia, sonriendo—, ¿adónde vas tan decidida?
Por suerte para María, la noche disimulaba su rubor.
—Hola, Virginia. Pues adentro, ¿no? Estás muy guapa… Quiero decir que… Estás igual… Bueno…
—Tú también estás estupenda, María. ¿No vas a darme dos besos?
María se los dio, y durante el cambio de mejilla sus miradas se cruzaron. En el segundo beso, Virginia aprovechó para abrazar a María y explicarle entre susurros el motivo de su llamada.
—Nunca he dejado de pensar en ti, María. Vámonos, mi casa está a dos manzanas de aquí.
Esta historia está inspirada en María Egipciaca, pecadora donde las hubo, aunque llegó a ser Santa: http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=8959
Un grupo de asiduas bailando en El Huerto:
Déjate llevar (al huerto) : Huertos Urbanos
Huertos urbanos
Adela le dijo que le gustaba y sintió que sus mejillas enrojecían como tomates. Luego la invitó a su casa con la excusa de prepararle una deliciosa ensalada con hortalizas de su pequeño huerto urbano. No deseaba incomodarla corriendo demasiado, pero aquella chica le gustaba de verdad, la quería para ella, al menos esa noche. La aterrorizaba la idea de que pudiera darle calabazas. La chica aceptó, aunque con poco interés, como si aquella relación que podría estar naciendo le importara un rábano. Mientras subían el último tramo de escaleras, no pudo evitar fijarse en su culito de pera. Le encantaba, aunque no cuadrara para nada con el delicado aroma de manzana que desprendía la chica. Pensó que hacían buena pareja y se imaginó viviendo con ella el resto de su vida, siempre juntas, inseparables, como dos cerezas.
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Déjate llevar (al huerto) – DESFILE
Desfile
Andrea está contenta por haber hecho caso a su amiga Conchi. “¿Por qué no llevas a tu Chirri a Cats & Dogs?”, le había aconsejado días atrás, “seguro que conoces a alguien con la excusa de la perra”.
Al principio, Andrea descartó la propuesta, no veía nada claro eso de presentarse así, por las buenas, a un encuentro de mascotas con amos y amas LGBT. Después lo pensó mejor. “¡Qué coño! ¿Y por qué no?”, se dijo, “solo son animales, no pueden hacerme más daño del que me han hecho ya las personas”. Y menos mal que cambió de parecer, de no haberlo hecho, hoy Andrea no estaría tan contenta.
Al entrar en el recinto, Chirri se excita por la presencia de otros animales de compañía de todos los tamaños y razas. Andrea también se siente un poco inquieta entre cientos de lesbianas con correas. Concentrada en mirar a discreción pero sin fijarse en nadie en concreto, no advierte a la chica que se acerca y le habla desde atrás.
—¿Me dejas acariciar tu Chow Chow?
Sorprendida por el tono y la intención de la pregunta, contesta del mismo palo.
—Claro, ¿te gusta acariciar Chow Chows?
—Me encanta, sobre todo si son tan suaves como el tuyo. Me llamo Dolo.
—Yo soy Andrea. Ya conoces a mi Chirri.
Dolo quiere saber más, entrar en detalles.
—¿Y por qué un Chow Chow? —pregunta.
—Porque es una raza dulce y amorosa. ¿Sabías que significa “perro-león hinchado” en chino?
Dolo aprovecha la información para seguir preguntando con intención.
—¿En serio? ¿Y se hincha a menudo, tu Chow Chow?
—Solo cuando lo acarician con arte, como haces tú ahora. ¿Y tu perro? —pregunta Andrea, buscando rebajar el voltaje de la conversación. Pero Dolo no está dispuesta a permitirlo.
—Es un salchicha, pero tranquila, también es perra. Se llama Chicha. Mírala, qué saltarina. Creo que la excita tu Chirri. Claro, los perros salchicha son expertos en detectar y cazar conejos, y la mía, más. ¿Vamos a tomar algo las cuatro?
http://es.wikipedia.org/wiki/Chow_Chow_(can)
http://es.wikipedia.org/wiki/Dachshund
Mojinos Escozíos – “Chow Chow”
FOTO: jmcmichael
http://www.flickr.com/photos/josh/499223/sizes/m/in/photostream/
Déjate llevar (al huerto): El huerto del monasterio.
El huerto del monasterio
Cuenta la leyenda que allá por los años sesenta, en el monasterio de Les Tríbades, en el sur de Francia, convivía una feliz congregación de monjas de cla-usura. Eran conocidas como las Hermanas Usureras del Copón, porque vivían de prestado y de prestar dinero a muy alto interés, y todo el dinero que ganaban con sus préstamos lo guardaban en una gran copa, un copón de oro del siglo XVI. Además, para ganar más dinero todavía y poder gastarlo en crucifijos, rosarios y bolas chinas, las monjas cultivaban su propio huerto en el patio de atrás del convento, al que se accedía por una puerta secreta que daba al claustro.
Las hermanas cultivaban de todo con esmero: nabos, zanahorias, berenjenas, pepinos… Lo plantaban para su propio disfrute y vendían los excedentes a las poblaciones colindantes para seguir amasando su pequeña fortuna. De día, las hermanas oraban y oraban mientras laboraban y laboraban en el huerto… Y de noche, oraban y oraban mientras se horadaban y se horadaban con todo lo que habían recolectado durante el día. Su vida era feliz y completa, su existencia las llenaba y las satisfacía plenamente, gracias a su huerto.
Pero, de vez en cuando, alguna novicia recién llegada se estresaba de tanto orar y horadar, orar y horadar… Y entonces, sus hermanas, en señal de apoyo y afecto, la llevaban al huerto de noche para contemplar las estrellas y ayudarla en sus esfuerzos por interiorizar la regla que regía su orden: “orar, laborar, horadar”.
